Podemos estar al inicio de la era de la posible subordinación inconsciente de los valores básicos que definen al ser humano ante un huracán tecnológico, de difícil pronóstico.
En los últimos años estábamos asistiendo a un proceso de constante evolución o adaptación en el sector deportivo en torno a un también nuevo contexto social, con un brutal oleaje tecnológico. Y eso sucede tanto en los contenidos y formatos audiovisuales, como en el ámbito de las nuevas propuestas industriales o en los servicios. Dado los acontecimientos que estamos viviendo en este en este campo, que están configurando tanto el contexto actual como el futuro, no parece desafortunado plantearse una mínima reflexión sobre las principales consecuencias de esta, cuánto menos, compleja situación. Esta reflexión deberíamos hacerla, al menos, atendiendo a su correcta dimensión, a su velocidad y a su continua aceleración. Variables que dan soporte a esa sensación con la que convivimos la mayoría, que es la de que la situación nos está empezando a desbordar.
Para algunos expertos y muchos “comentaristas”, estamos ante lo que denominan “cuarta revolución industrial”; para otros, entre los que con mucha prudencia me sitúo, podemos estar al inicio de la era de la posible subordinación inconsciente de los valores básicos que definen al ser humano ante un huracán tecnológico, de difícil pronóstico. En lo que parece haber consenso, es lo que han publicado sobre esta cuestión. La mayoría proponen que será en torno a finales del 2030 cuando comenzarán a establecerse las principales transformaciones en nuestros hábitos esenciales, impulsadas por la tecnología.
Si esta ya realidad la focalizamos en el ámbito del sector deportivo, nos enfrentamos a un escenario donde los seres humanos serán testigos y partícipes de un nuevo ecosistema disruptivo conformado por asociaciones entre humanos y máquinas con nuevos desarrollos tecnológicos, a las que en principio no pondremos restricciones, puesto que esa tecnología estará inmersa con absoluta cotidianidad en casi cualquier área de nuestra actividad.
De forma independiente a en qué posición se sitúen respecto a este nuevo fenómeno, los que trabajan en “pronosticar el futuro”, en lo que todos parecen están de acuerdo es en que los desarrollos tecnológicos a los que vamos asistir en los próximos cinco o diez años van a tener un impacto transformador y con ciertos riesgos para la sociedad, las empresas y la administración. Resumiendo: estamos ante un fenómeno que no tiene precedentes en la esencia de la raza humana. Ante avances y logros que pueden hacernos olvidar lo esencial: las personas. Esta idea, que se empieza a colocar en el nuevo marco mental de nuestros días, nos puede hacer pensar en la profundidad y consecuencias de esta transformación.
Uno de los testimonios que podemos tener como referencia en este análisis es el de CEB Risk Management leadership Council. En su encuesta anual resaltaba diez riesgos a tener en cuenta para la próxima década en este contexto. En dicho estudio, hay unas muy verosímiles como la incapacidad para digerir el flujo de información del big data analytics o la fatiga por el cambio continuo de las otras más improbables como la retención del conocimiento o el crecimiento de las organizaciones pero que también han de considerarse, porque su impacto puede ser dramático.
Con estas previsiones, e intentando buscar otras circunstancias que equilibren la balanza, podemos apoyarnos en lo que defiende otro gran número de científicos: la fuerza y necesidad del comportamiento empático del ser humano como elemento imprescindible en la aplicación e implementación de cualquier avance tecnológico. Algo que debe imponerse sobre casi cualquier circunstancia de cambio en el entorno.
Si volvemos a poner el foco en la nueva industria del deporte, el ejercicio físico y el deporte aparecen como una fortaleza para esa idea. Es un flujo de energía capaz de asumir cualquier impulso disruptivo y de transformación tecnológica sin perder su esencia.
Es decir: un correcto desarrollo de nuestro sector puede ser un ejemplo troncal de buena práctica, evitando una de las posibles grandes tragedias del siglo XXI. Estamos ante un camino muy difuminado dentro de una gran tormenta. Y como sucede en muchos esos casos, podemos equivocarnos de rumbo. Podríamos confundir tiempo de consumo desmedido y dirigido por la tecnología al servicio de intereses de corporaciones, con tiempo libre individual donde expandir tu yo más íntimo de una manera cómoda y con mucho valor personal en diferentes ámbitos.
Esta, posiblemente, será la gran batalla que tendrá que librar la sociedad. La tragedia es que, en este enorme conflicto, nos jugamos la esencia de una sociedad madura y socialmente desarrollada, pero sin embargo se está configurando con la complicidad de unos pocos y el consentimiento de la gran mayoría.