Too big to fail. Este concepto siempre se usó para defender medidas destinadas a evitar la quiebra de un banco que pusiera en riesgo todo el sistema. Y eso, aplicado al fútbol europeo, es lo que tratan de evitar federaciones, gobiernos y cualquier otro estamento cuya viabilidad esté sujeta a preservar la actual pirámide competitiva. El órdago lanzado por doce clubes pone en riesgo una arquitectura que sostiene un negocio de 20.000 millones de euros anuales. Pero es la viabilidad de todo el sistema o la suya propia, que consideran que podría resistir sin el resto, tras una pandemia que les dejó un agujero de más de 570 millones de euros sólo en 2019-2020, según las cuentas a las que ha accedido 2Playbook.
Esta posición de debilidad económica, aunque sea transitoria, ayuda a entender el movimiento que nadie se esperaba este fin de semana. “El fútbol está a punto de arruinarse”, clamó ayer por la noche Florentino Pérez, presidente del Real Madrid y verdadero promotor de la Superliga. Y la prolongación de la crisis de la Covid-19 amenaza con que los números rojos sean aún mayores en 2020-2021, y sus inversores quieren respuestas. Juventus y Manchester United se revalorizaron ayer un 18% y un 9% en Bolsa, respectivamente, y muchos acreedores respiraron aliviados al saber que los clubes a los que prestaron dinero van a cobrar al menos 230 millones de euros de entrada si prospera la Superliga.
Si prospera porque hoy no deja de ser una promesa de 3.500 millones de euros iniciales para los fundadores acompañados de otros 240 millones más por equipo y edición. Promesa sustentada en un powerpoint que cualquiera de ellos se ve hoy casi en la obligación de aceptar para corregir su situación. “No creo que la Superliga vaya a solucionar los problemas económicos de los clubes europeos; lo que deberían hacer es trabajar solidariamente para garantizar que la estructura de costes, en particular los sueldos de los jugadores y los honorarios de los intermediarios, se ajusten a los ingresos”, les criticó ayer Karl-Heinz Rummenigge, director general del FC Bayern.
Ese es el primer debate que suscita este último intento, y parece que definitivo, por parte de las grandes potencias para contar con un modelo que les dé más dinero. Pero el debate filosófico que subyace de este pulso es otro: ¿por qué son las federaciones, organizaciones privadas, las que deben controlar todo el negocio del fútbol profesional? ¿No hay margen para actuar fuera del paraguas del movimiento federativo? “Nosotros generamos valor y ellos únicamente se dedican a colectivizar derechos para venderlos”, denunciaba ya en un lejano 2018 el presidente de la Juventus, Andrea Agnelli. Ayer, acusado por la Uefa de “serpiente” y “mentiroso”, fue cesado como presidente de la Asociación de Clubes Europeos (ECA), que condenó sus actos y el de los otros once equipos.
Muestra de ese control de cuasi monopolio del que goza la Uefa son las armas que está dispuesta a jugar en esta batalla legal. “Los futbolistas que participen en la Superliga no podrán jugar con sus selecciones”, advirtió ayer el presidente de la confederación, Aleksander Ceferin. Su homólogo en España y vicepresidente de la Uefa, Luis Rubiales, cerró filas en torno al regulador: “Es el único vehículo capaz de vertebrar la transformación del fútbol”. “Llevamos años trabajando en la reforma de las competiciones para adaptarlas a los nuevos tiempos, generando más riqueza que nunca, sin dejar de lado a ningún estamento, y haciéndolo de acuerdo con los fundamentos de solidaridad y respeto al mérito deportivo”, destacó el dirigente español.
No es sólo una batalla por cuánto dinero reciben, sino por quién tiene la llave de la caja; es una amenaza al modelo por el que todo el ecosistema lo gobiernan las federaciones y no los equipos
Pero no basta. Los clubes promotores de la Superliga, a los que se les ha prometido más dinero que lo que hoy obtienen por Champions League y sus propias ligas, quieren más. No es sólo una batalla por cuánto dinero reciben, sino por quién tiene la llave de la caja; es una amenaza al modelo por el que todo el ecosistema lo gobiernan las federaciones y no los equipos, que consideran que son los que realmente invierten y se juegan su patrimonio. “La pandemia ha desvelado que una visión estratégica y un enfoque comercial son necesarias para aumentar el valor y las ayudas en beneficio de la pirámide del fútbol en su conjunto”, sostenían este domingo, ante la calculada ambigüedad de la Fifa en su defensa de la redistribución económica, meritocracia deportiva, etcétera
Tanto Uefa como Superliga tienen claro que la batalla en los tribunales no será corta, ni tampoco sencilla. Ceferin advirtió que ya estaban preparando su defensa, y el primer movimiento de los clubes díscolos ha sido precisamente presentar una demanda para protegerse de posibles expulsiones de las competiciones en las que hoy participan. Javier Tebas, presidente de LaLiga, aseguró el domingo por la noche que “llevamos tiempo trabajando en este momento y tendrán su debida respuesta”. En Alemania, el director general de la Bundesliga, Christian Seifert, atacó a los “superclubes”, sobre los que dijo que son “máquinas de quemar dinero en efectivo mal administradas que no pudieron, en una década de crecimiento increíble, acercarse a un modelo de negocios de alguna manera sostenible”.
Tanto LaLiga como la Premier han convocado asamblea esta misma semana con todos sus equipos, exceptuando aquellos que han anunciado su adhesión a la nueva competición presidida por Florentino Pérez. Nadie habla abiertamente aún de expulsiones inmediatas, pero medios locales en Italia sí hablan de una posible revolución de algunos equipos, que ya pedirían la expulsión de Juve, Inter y Milan.
Las fuentes consultadas indican que el frente legal se situará en la libre competencia, pues los clubes pueden y quieren denunciar que la Uefa abusa de su posición de dominio para evitar que surjan competidores a su imperio futbolístico. Es algo sobre lo que ya se manifestó la Comisión Europea en 2017, cuando declaró ilegales las normas de selección de la International Skating Union (ISU), al considerar que su derecho de veto contra los patinadores sobre hielo que participan en pruebas no reguladas por la federación va en contra de la legislación sobre libre competencia.
Ese es el gran debate que, en función del resultado, pone en riesgo todo un sistema que se ha basado en la meritocracia deportiva frente al potencial comercial, que es el pilar que alimenta a las ligas estadounidenses. El Gobierno de Pedro Sánchez aseguró ayer en un comunicado que “el espíritu deportivo debe quedar patente a través de la búsqueda de un acuerdo amplio”. No están solos en esta crítica, pues el presidente galo, Emmanuel Macron, advirtió que el torneo “amenaza el principio de solidaridad y el espíritu deportivo”, mientras que su homólogo italiano, Mario Draghi, destacó que “los valores de la meritocracia y función social del deporte” están en juego.
En Inglaterra, el secretario de Cultura, Oliver Dowden, afirmó que "los aficionados al fútbol son el latido de nuestro deporte nacional y cualquier decisión importante debe tener su respaldo". “Como muchos seguidores, tenemos la preocupación de que este plan pueda crear una liga cerrada por encima de nuestro deporte nacional. Sostenibilidad, integridad y juego limpio son absolutamente necesarios, y todo lo que los ponga en riesgo es muy preocupante y dañino para nuestro fútbol”, añadió.
De hecho, todas las críticas no se centran tanto en la sostenibilidad económica del sistema, como sí en la expulsión de facto de muchos clubes, que con el nuevo modelo jamás podrían acceder a la máxima competición continental. Es decir, ya no sería técnicamente la liga más competitiva del mundo, en tanto que reúne a los campeones, sino sólo la más rica en cuanto a negocio.
Es evidente que escribir sobre meritocracia no es sencillo en el deporte, pero para ello se creó el ranking Uefa. Esta clasificación que elabora el ente regulador del fútbol europeo, lo deja claro: en la Superliga no están todos los que son, ni son todos los que están.
De los doce clubes confirmados, cinco no están entre los diez mejores de Europa, y dos, Inter y Milan, no tendrían ni cabida en la competición por sus méritos deportivos, según el ranking Uefa. Los dos últimos finalistas de Champions, Bayern de Múnich y PSG, tampoco la jugarán por decisión propia, partidarios de buscar una solución alternativa dentro del actual mapa competitivo.
De hecho, el mejor equipo de Europa no la disputará. El Bayern se ha mostrado frontalmente en contra de la Superliga, aliado con el Borussia Dortmund y la Bundesliga, una de las competiciones más críticas con los promotores.
En juego, nada más y nada menos que 21.000 millones de euros en ingresos, más de 3.500 clubes y 77.000 futbolistas
Tras el equipo bávaro, los cinco siguientes clubes en la lista sí estarán en la Superliga -Real Madrid, Barça, Manchester City, Juventus y Atlético, por este orden-. United (8º) y Liverpool (9º) también entran en el top 10, donde aparecen otros dos clubes de gran proyección en la última década: el actual finalista de la Champions, el PSG (7º), y el vigente campeón de la Europa League, el Sevilla FC (10º).
Justo después aparecen Arsenal FC y Chelsea FC, que estarán en la nueva competición, igual que el Tottenham Hotspur, que tras ser finalista en la Champions 2018-2019, ha caído hasta la posición número 14 del ranking.
Los más rezagados de los denominados superclubes serán los otros dos clubes italianos, Inter y AC Milan. Los nerazzurri han escalado en los últimos años al puesto 26, mejorando el coeficiente de su gran rival de la ciudad, que ni siquiera se cuela en el top-50. Los rossoneri, tras ganar dos Champions y jugar una tercera final en los 2000, se ha desmoronado deportivamente en la última década.
Pese a la evidencia de que algunos de estos clubes sólo accederían a la Superliga por su herencia histórica y social o poderío económico de sus multimillonarios dueños, hay partidarios de la revolución. Uno de ellos es el ex director general del Inter y uno de los artífices del fair play financiero de la Uefa, Ernesto Paolillo: “Esta idea sólo sirve para demostrar que los grandes clubes que siempre quieren ser competitivos luchan cada vez más por mantener sus presupuestos en pie y necesitan competiciones más atractivas y rentables”.
“Económicamente esto salva a todos, salva el fútbol”, insistía ayer Florentino Pérez. Aunque para eso haya que romper el status quo que se creó hace cien años y conduzca al fútbol europeo a un incierto futuro. En juego, nada más y nada menos que 21.000 millones de euros en ingresos, más de 3.500 clubes y 77.000 futbolistas.