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Perdida la batalla de la Superliga, diez claves de la guerra por el fútbol europeo

Real Madrid, Barça y Juventus se han quedado solos en la defensa de una competición cerrada, un fracaso que ahora abre distintos frentes, como son el papel de las federaciones, su atractivo para inversores extranjeros, control económico o pirámide.

pelota rota

No hay discusión. La Superliga de fútbol ha fracasado. La idea de una competición que blinde la presencia de doce de los equipos más importantes de Europa se ha topado en 48 horas con la oposición de aficiones, futbolistas, entrenadores… e incluso la televisión. Real Madrid, FC Barcelona y Juventus mantienen su convicción de que el proyecto es viable, aunque a día de hoy lo único que ha provocado este ruido es poner sobre la mesa una serie de debates que, tarde o temprano, el ecosistema tutelado por la Fifa deberá abordar. En riesgo está un negocio de 21.000 millones de euros anuales sólo en Europa, pero también preservar su atractivo para inversores, patrocinadores, televisiones y, sobre todo, aficiones.

Recomponer las relaciones y los vínculos de confianza

El primer desafío al que se enfrenta el sistema del fútbol europeo no es menor, pues pasa por recomponer las relaciones entre todos los agentes. Las acusaciones durante las últimas 72 horas han sido muy duras por todas las partes, poniendo en cuestión la transparencia de unos, acusando de “serpientes” a otros, y sobre todo de haber mirado sólo por bien individual en lugar del común.

Uefa y ligas nacionales asumen que deberán hacer un ejercicio de contención y evitar cualquier sanción, pues hoy su producto audiovisual aún depende mucho de la presencia de los doce clubes díscolos: Real Madrid, FC Barcelona, Atlético de Madrid, Manchester United y City, Liverpool FC, Chelsea, Arsenal, Tottenham, Juventus FC, AC Milán e Inter. Demasiado importantes como para renunciar a ellos.

De momento, la consecuencia inmediata para este G-12 es haber perdido su cuota en los órganos de decisión, tras el cese de Andrea Agnelli como presidente de la Asociación de Clubes Europeos (ECA) y uno de sus representantes en el comité ejecutivo de la Uefa. De hecho, en la página web de la organización ya no constan como miembros de la misma, por lo que hoy no tienen una interlocución clara con el sistema.

No obstante, Aleksander Ceferin tendió la mano a todos los equipos que ya se han borrado de la Superliga, con un mensaje dirigido al Manchester City cuando abrió la veda que probablemente se extiende al resto. “Es un activo real para el juego y estoy encantado de trabajar con ellos por un futuro mejor para el fútbol europeo”, aseguró.

Los doce clubes promotores de la Superliga han perdido toda su representación en los organismos internacionales del fútbol

Uefa, Champions League y el control sobre la llave de la caja

Los derroteros por los que irá esta negociación no están claros, aunque uno de los argumentos que se desprende del texto fundacional de la Superliga es que no quieren ser unos meros actores que cobran por jugar. Quieren tener la llave de la caja del fútbol europeo, o al menos una copia, para decidir el modelo de negocio que se implanta para la generación de ingresos y los criterios que se aplican para decidir las partidas de gasto.

La confederación ya dio un paso años atrás incorporando a los clubes a su comité ejecutivo con dos vocales, hoy representados en las figuras de Karl-Heinz Rummenigge, presidente del Bayern de Múnich, y su homólogo en el PSG, Nasser Al-Khelaifi. En aquella cesión a los verdaderos protagonistas de este deporte, también se dio un asiento a las ligas nacionales, sillón ocupado desde este año por Javier Tebas.

Sin embargo, ese avance no ha sido suficiente con el paso del tiempo, pues lo que quieren estos clubes es un reparto igualitario en el consejo de administración de una empresa que se encargue exclusivamente de la comercialización de la Champions League, la Europa League y la Europa Conference League. Es un aspecto en el que la Uefa estaba dispuesta a ceder con tal de aplacar el riesgo de revolución, y sería un paso en esa dirección hacia un nuevo modelo de gobernanza que reclaman muchas voces.

La reclamación no es baladí, pues este cambio les daría voz y voto en cómo se administran los ingresos de las competiciones de clubes, que han pasado de 1.340,7 millones en 2009-2010 a 2.730,3 millones de euros en 2019-2020. El último año, eso sí, se produjo un retroceso interanual del 15% a causa de la Covid-19, pues en el actual ciclo se había logrado romper la barrera de los 3.200 millones anuales en ingresos. Dicho de otro modo, hoy el sistema regulado por la Uefa depende en un 90% de lo que generan los equipos.

Los equipos más importantes denuncian que Uefa y Fifa sean juez y parte, en tanto que reguladores y organizadores de torneos

Regulador y competencia al mismo tiempo, ¿qué deben ser las federaciones?

Y ahí es donde aparecen las disfunciones de un sistema en el que las organizaciones deportivas consideran que no reciben lo que les corresponde y se les usa para financiar proyectos que teóricamente no les repercute en nada. “Como todas las industrias, el fútbol también tiene su regulador: un conjunto de organismos que define las normas de la competencia y que vela por su cumplimiento. Ahora bien, con una diferencia capital y singular, y es que este regulador también compite, y en unas condiciones muy favorables”, denunciaba ya en 2009 Ferran Soriano, entonces vicepresidente económico del Barça y hoy primer ejecutivo del Manchester City.

Su reflexión tiene mucho que ver con el debate actual, pues los clubes consideran que la Uefa y la Fifa compiten con ellos por el negocio de patrocinadores y operadores audiovisuales. Y, además, sin pagarles justamente por usar de forma gratuita los activos que más dinero les cuestan anualmente entre salarios y amortizaciones por fichajes. Son los futbolistas, por cuya cesión a las selecciones nacionales reciben una compensación de unos 200 millones de euros por cada ciclo.

Por el contrario, hay mucho negocio para ambos reguladores, que deciden con sus normas el límite del potencial de ingresos de los clubes con regulaciones sobre patrocinio, mercado de fichajes… Pero sobre todo les ponen techo con sus propias competiciones: la Fifa espera cerrar el ciclo 2018-2022 con unos ingresos de más de 5.400 millones de euros.

La solidaridad, una partida presupuestaria que genera dudas

Uno de los pocos argumentos que, en principio, avalan la existencia de las federaciones es su rol en la redistribución de la riqueza. De los 3.038,2 millones de euros que la Uefa generó en 2019-2020 (2.730,3 millones con las competiciones de clubes), un total de 242,8 millones se destinaron a pagos de solidaridad, un 12% menos respecto a los 270 millones de media que ya se repartían en el actual ciclo. Este dinero va destinado a los clubes que no se clasifican para competiciones europeas, pero también a financiar instalaciones de las federaciones nacionales o sufragar sus costes operativos; al margen quedan los más de 1.000 millones que se logran cada cuatro años con la Eurocopa, y que son los que verdaderamente garantizan la existencia de las federaciones.

Un margen de beneficio que los equipos consideran abusivo en tanto que la compensación que reciben por ceder a sus futbolistas es mínima. Y ahí es donde los promotores de la Superliga quieren una revisión. ¿Realmente esa cesión de dinero está promoviendo el desarrollo del fútbol a nivel continental? ¿No se ha convertido en una herramienta electoral para tener al sistema bajo control?

 

La ansiada estabilidad que persiguen los grandes inversores

La competición cerrada y con gigantes del fútbol europeo que ansían unos pocos tiene un doble objetivo: generar más ingresos que les permita mantener las altas nóminas que pagan sin sufrir números rojos y, aún más importante, dotar de cierta estabilidad a los negocios de unas organizaciones por las que hay inversores dispuestos a pagar más de 3.000 millones de euros. “Les cuesta mucho entender un modelo de gestión en el que de un año para otro puedes ver caer tu facturación un 50% y no hay casi margen para pensar en el largo plazo”, admite un ejecutivo acostumbrado a tratar con dueños de franquicias de la NBA que también controlan clubes de fútbol.

El concepto de la Superliga no deja de ser una versión extrema de lo que persiguen las ayudas al descenso de LaLiga y la Premier League, que con sus aportaciones tratan de crear una lista reducida de equipos que va alternando Primera con Segunda División sin que eso ponga en entredicho su viabilidad económica. En este sentido, la Superliga debía ser un elemento que garantizara la llegada de nuevos inversores al fútbol continental. Y no se espera una oleada masiva de compraventas como la que se produjo en su día hasta que se esclarezca mejor el panorama.

La cuestión más sencilla y sobre la que no hay ninguna discusión: cualquier decisión que se adopte sobre el futuro del fútbol en Europa deberá situar a los fans en el centro

Control económico homogéneo para el Viejo Continente

El debate sobre la Superliga ha puesto el foco en la necesidad de generar más ingresos para los grandes clubes, que son los que más están sufriendo el impacto de la Covid-19 en la facturación por día de partido y patrocinio. Ahora bien, ¿más ingresos para qué? No hay certeza de que las direcciones vayan a ser capaces de aprovechar esos nuevos recursos para acometer inversiones estratégicas o mejorar las condiciones de su personal no deportivo, pues la historia reciente muestra que todo aumento de los ingresos por televisión se ha traducido automáticamente en subidas salariales para los futbolistas y encarecimiento del precio medio de los traspasos.

La Uefa se ha planteado relajar las normas de fair play financiero para rebajar la tensión con los promotores de la ruptura con la Champions League, aunque precisamente lo que podría plantearse definitivamente son medidas que eviten las pérdidas masivas que muchos equipos ya presentaban incluso antes de la Covid-19 en su deseo por hacerse con un hueco rápido en la élite. ¿Será el momento de replicar el modelo de control económico de Javier Tebas en toda Europa? La irracionalidad de muchos ha demostrado que sólo el control a priori de los presupuestos permite tener a raya a todo el sistema.

“Lo que deberían hacer es trabajar solidariamente para garantizar que la estructura de costes, en particular los sueldos de los jugadores y los honorarios de los intermediarios se ajusten a los ingresos”, les criticó ayer Karl-Heinz Rummenigge, director general del FC Bayern, este lunes. Los promotores filtraron que su idea era imponer un techo máximo del 55% de masa salarial sobre los ingresos, pero siempre pensando en que eso no implicaría menos gastos, sino el mismo o superior, gracias a un plan de negocio que prometía más de 4.000 millones de euros.

 

Pirámide competitiva en un calendario sobresaturado

La reflexión probablemente que más debate puede generar con las aficiones. El no a la Superliga no puede tapar la necesidad de repensar la actual pirámide competitiva, en busca de mayores oportunidades para los equipos de ligas menores en la escena internacional. Eso es lo que precisamente trataba de resolver el primer borrador que presentó la ECA hace ya más de un año, en el que se establecían tres divisiones que en un primer momento sí daban ciertas garantías a los grandes clubes de estar siempre en la élite.

La medida fue tumbada por la presión de las ligas nacionales, que veían una amenaza a su negocio en un proyecto que cargaba aún más el calendario de partidos internacionales. Hoy esa propuesta se presenta como la menos rupturista y probablemente un buen punto de partida para abordar el futuro de las competiciones de clubes. En cualquier caso, el caballo de batalla seguirá siendo el mismo: qué pasa con las ligas nacionales (pocas quieren aceptar reducir su tamaño a 16 equipos) y cuánto más pueden soportar físicamente los futbolistas. Los jugadores ya han demostrado que su posición puede ser crucial para el éxito o no de los cambios.

Resolver las distorsiones por mercados televisivos

Esa idea de que la pirámide competitiva esté totalmente interrelacionada surge de una opinión avalada en Nyon y discutida por LaLiga, sin ir más lejos. La Uefa sostiene, y en cierta parte con razón, que el principal elemento distorsionador de la competitividad del fútbol europeo son los derechos audiovisuales. Hoy Eredivisie de Países Bajos genera la mitad de lo que el FC Barcelona obtiene por sus retransmisiones, ejemplo claro y sencillo de cómo una serie de equipos difícilmente pueden competir por los grandes títulos en función de dónde tienen su sede.

La propuesta inicial de la ECA en 2019 buscaba corregir esta brecha con su propuesta de tres divisiones, pues teóricamente permitiría a estos equipos menores acceder a citas internacionales con las que generar más ingresos.y disponer de herramientas adicionales para retener el talento.

 

El mercado de traspasos, fuente de conflicto y elevadas pérdidas

Una medida radical que seguramente facilitaría la corrección económica del fútbol europeo sería adoptar el modelo norteamericano de fichajes, por el que no se abonan traspasos como tal. ¿Es viable? Difícilmente, pues la legislación comunitaria difícilmente avalaría la prohibición de que una compañía pueda obtener rendimientos económicos con la venta de sus activos.

Tras un retroceso del 25% en el mercado de fichajes en 2020 y un previsible retroceso aún mayor en 2021 que situaría el gasto por debajo de los 4.000 millones de euros, una de las opciones que la Uefa ha puesto alguna vez sobre la mesa es la de establecer limitaciones al gasto en plantilla, lo que incluiría las amortizaciones, de modo que sean los propios clubes los que se autolimiten.

 

‘Back to basics’ con el aficionado: reconquistar al local sin olvidar las nuevas generaciones

La cuestión más sencilla y sobre la que no hay ninguna discusión: cualquier decisión que se adopte sobre el futuro del fútbol en Europa deberá situar a los fans en el centro. No sólo porque generan directa o indirectamente todo este negocio, sino porque ya han demostrado que son capaces de tumbar una idea en menos de 48 horas. Los clubes hace décadas que dejaron de ser propiedad de las aficiones, pero lo que nadie les ha podido quitar todavía es el poder sobre la viabilidad del fútbol como espectáculo. Algunos lo olvidaron este fin de semana, y el resultado ha sido claro: no a la Superliga. Pero que nadie piense que el inmovilismo será la solución.

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