Año I d.S.: ¿resurrección o liquidación del proyecto Superliga?

Transcurridos doce meses del anuncio del nuevo torneo, hoy sólo Real Madrid, Barça y Juventus continúan defendiendo la idea por la vía judicial, mientras el resto del sistema y las aficiones se oponen. Una nueva gobernanza, clave en la resolución final.

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Superliga, ¿resurrección o liquidación? Esa es la pregunta que planea en la mente de muchos profesionales de la industria un año después del anuncio que más ha removido los cimientos del fútbol europeo en su historia reciente. Una idea de competición cerrada a los grandes clubes históricos, presentada unilateralmente por la urgencia de fijar posición, que no ha sabido aún encontrar su encaje pese a la lluvia de millones de euros que prometía. Ni el conjunto del sistema (federaciones, ligas y clubes), ni las aficiones o los gobiernos la quiere. Pero, ¿realmente podemos hablar de un proyecto muerto? Sí como concepto, no en cuanto a algunas cuestiones que pretendía resolver, y para lo que se están encontrando vías alternativas.

La fuerza del proyecto se ha deteriorado de forma importante, especialmente porque en sólo 48 horas se perdió el apoyo de 9 de los 12 equipos que inicialmente formaban parte del plan y son vitales en su plan de negocio. Hoy, tan solo Real Madrid, FC Barcelona y Juventus mantienen abierta la vía judicial en defensa de la competición que proponían. Ahora bien, con un argumento que destila el cambio real que se quiere promover, y que en el sector encontraría más partidarios de no haberse optado por el unilateralismo: más protagonismo y poder de decisión de los clubes en la toma de decisiones.

Ese es uno de los interrogantes que queda por resolver, si bien en los últimos meses se han producido movimientos en este sentido. El movimiento más relevante ha sido dar entrada a la ECA, que aglutina a los clubes de competiciones Uefa, en la sociedad que se encarga de la explotación comercial de Champions, Europa y Conference League. Es más, este año ya han sido parte de la toma de decisiones a la hora de adjudicar la venta de sus derechos a nivel mundial. Un contrato, de 15.000 millones de euros con Relevent y Team Marketing, que también deja entrever que el mercado no prevé una revolución, al menos, en los cinco próximos años.

Una conclusión similar puede extraerse de los concursos audiovisuales cerrados por las grandes competiciones nacionales, que se exponían a una devaluación de su producto de más del 20%, o de más de 1.700 millones de euros, según Kpmg. De momento, LaLiga y Premier League han podido salvar el matchball y en pandemia han mantenido el precio en sus mercados domésticos, pero, sobre todo, han logrado importantes revalorizaciones en regiones estratégicas como Norteamérica. Es más, los ingleses, por primera vez, ingresarán más fuera que en Reino Unido por sus retransmisiones.

Una de las claves podría decirse que es la unidad de acción de sus clubes, y el hecho de que estén más presentes en la gestión. Lo reclamaba Florentino Pérez, presidente del Madrid y principal portavoz de la Superliga, quien en la última asamblea de compromisarios defendió que esa nueva competición “es autogobierno para que podamos gestionar nuestras propias competiciones del mismo modo que lo hacemos con las ligas nacionales”. Y ahí está una cuestión no solucionada: quién tiene la llave de la caja y cuál debe ser el rol de las federaciones en todo este sistema. ¿Regular o también comercializar?

Eso es lo que la Superliga quiere que dirima un juez, al que hoy han presentado un alegato en el que Uefa maneja un monopolio que encorseta la operativa del resto. La problemática ya la analizaba Ferran Soriano, CEO del Manchester City, en un libro en 2009, pero es cierto que poco o nada se ha avanzado. Una redefinición de funciones podría solventar buena parte de las presiones que se desatan en la víspera de negociar el calendario cada cuatro años, si bien experimentos como la Euroliga muestran que el autogobierno de las ligas nacionales se complica cuando los clubes operan en distintos países, con regulaciones y marcos fiscales muy distintos. En el caso de baloncesto, se ha reflejado la necesidad de un árbitro en los despachos que busque consensos entre los intereses de las partes, especialmente en todo lo que no se refiere a la generación de ingresos.

Un claro ejemplo de ese papel de bisagra es la revolución en el sistema de sostenibilidad económica aprobado por Uefa, y que ha sido respaldado mayoritariamente por clubes y ligas. Los cambios neutralizan la crítica de Superliga en torno a la laxitud en el control económico y el freno a los clubes-Estado o financiados sistemáticamente por multimillonarios. Dar poderes al regulador para fiscalizar cualquier contrato para verificar su adecuación a la realidad del mercado y limitar el gasto en plantilla deportiva al 70% de los ingresos totales son dos elementos que cortan de raíz que se mantengan este tipo de circunstancias, si bien habrá cuatro años de transición.

La razón no es otra que el duro golpe de la pandemia, que se cebó especialmente con los grandes clubes y fue el acelerador de la búsqueda de una ruptura, verbalizada y hecha a toda prisa un día antes de que se aprobaran los cambios de formato en las competiciones de Uefa. Ya se acumulaba un año de cierre de los estadios y la sangría de ingresos era millonaria, provocando un sentido de urgencia que hoy muchos discuten. Ni un solo club profesional ha tenido que acogerse al concurso de acreedores.

Más allá de los mecanismos creados por los distintos gobiernos nacionales para dar liquidez a los distintos sectores económicos, Uefa ha sellado con Citibank un acuerdo que inyectará 7.000 millones de liquidez en el sistema. A eso se unen los acuerdos que LaLiga y LFP en Francia han firmado con CVC, por 1.984 millones y 1.500 millones de euros, respectivamente. Otros, como el propio Barça o el Tottenham Hotspur, han acudido a los mercados financieros para paliar esas mismas urgencias.

Y no es para menos, pues las pérdidas agregadas del fútbol europeo entre 2020 y 2022 ascenderán a 6.174 millones de euros. Si bien las soluciones a esta crisis puntual del negocio son muy distintas. La Superliga considera que sólo ellos pueden “aportar estabilidad financiera a toda la familia del fútbol europeo”, mientras que los detractores de su propuesta defienden que el problema es poner el foco en los ingresos y no en medidas correctivas del gasto. Y esa visión, de clara influencia germánica y verbalizada una y otra vez por el Bayern de Múnich, es la que parece haberse impuesto.

No obstante, eso no quita que el debate de fondo sobre el papel de las federaciones sea una asignatura pendiente. Y por eso era importante resolver las reglas del juego económico para la próxima década.

“No podemos confundir sostenibilidad económica con competitividad deportiva; ahora bien, es una pieza clave que, una vez resuelta, nos permitirá abrir otros debates”, admitía Andrea Traverso, director de sostenibilidad financiera de Uefa, días atrás. Ahora sí, es el momento de abordar el rol de cada uno de los stakeholders del fútbol.

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